ADDRESS OF HIS ALL-HOLINESS ECUMENICAL PATRIARCH BARTHOLOMEW
At the World Council of Churches
Photos: Nikos Kosmidis /WCC and Albin Hillert /WCC
24 April 2017
At the World Council of Churches
Photos: Nikos Kosmidis /WCC and Albin Hillert /WCC
24 April 2017
World Council of Churches
ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD EL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ
En el Consejo Mundial de Iglesias
Reverendo Olav Fykse Tveit, Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias,
Sus Emi
nencias, Sus Excelencias,
Honorables representantes de las instituciones internacionales,
Señoras y Señores,
“¡Qué bueno es, y qué agradable, que los hermanos convivan en armonía!”
(Sal 133:1). Precisamente con el mismo sentimiento especial que
manifiesta el Salmista, visito una vez más la sede del Consejo Mundial
de Iglesias. Cada una de mis visitas a este lugar desde mi elección para
ocupar el trono ecuménico hace veinticinco años, pero también con
anterioridad, ha sido especial, y conservo esos recuerdos. Para mí
personalmente, así como para nuestra iglesia en su conjunto, el Consejo
Mundial de Iglesias es un lugar familiar, no extraño. De hecho, hace
casi un siglo, el Patriarcado Ecuménico abogó por su creación a “todas las iglesias de Cristo en todas partes”,
y se convirtió en uno de sus miembros fundadores en 1948. Desde
entonces, nuestra iglesia ha participado activamente en el Consejo y en
su Comisión de Fe y Constitución. Desde 1955, el Patriarcado Ecuménico
ha mantenido una delegación permanente como muestra de la cooperación
constante con el Consejo Mundial de Iglesias y el movimiento ecuménico.
Los representantes permanentes del Patriarcado Ecuménico han sido el
obispo Iakovos de Melita (Malta) (que luego sería arzobispo de América
del Norte y del Sur) y el metropolitano Emilianos Timiadis, así como el
gran protopresbítero del trono ecuménico Georges Tsetsis, el
archimandrita Benediktos Ioannou, el arconte Sr. George Lemopoulos,
antiguo secretario general adjunto del CMI, y, en la actualidad, el
arzobispo Job de Telmessos.
Desde un punto de vista más personal, desde mi niñez he aprendido
–especialmente de mi predecesor, el patriarca ecuménico Atenágoras,
bendito sea su recuerdo– la importancia de reunirse con otros
cristianos. Como solía decir: “Vengan, mirémonos a los ojos y veamos entonces lo que tenemos que decirnos”.
Él es el que me ha abierto los ojos a nuestra familia ecuménica más
amplia. Inspirado por él, elegí realizar estudios de posgrado en el
Instituto Ecuménico de Bossey, que celebró su 70º aniversario el año
pasado, y donde he obtenido una experiencia excepcional que ha resultado
muy útil en mi ministerio. En 1975, fui vicemoderador de la Comisión de
Fe y Constitución cuando preparaba el bien conocido documento de
convergencia sobre “Bautismo, Eucaristía, Ministerio”, que sigue siendo
un referente en nuestros días. Unos meses antes de mi elección al trono
ecuménico en 1991, me convertí en miembro de los Comités Central y
Ejecutivo del CMI en la VII Asamblea, que tuvo lugar en Canberra bajo el
tema “Ven, Espíritu Santo, renueva toda la creación”.
1. Cuando su Comité Central se reunía el pasado mes de junio en
Trondheim, la Iglesia Ortodoxa estaba reunida en la maravillosa isla de
Creta con motivo de su Santo y Gran Concilio. Los preparativos del
concilio tomaron más de medio siglo con la participación de todas las
iglesias ortodoxas, sin excepción, y que, con la bendición de Dios,
convocamos de acuerdo con la decisión unánime de todos los primados de
las iglesias ortodoxas locales adoptada en la sinaxis de enero de 2016
que se celebró aquí, en Chambésy. La convocatoria del Santo y Gran
Concilio de la Iglesia Ortodoxa era necesaria por varias razones.
En primer lugar, porque para nosotros, como ortodoxos, la sinodalidad
constituye una expresión y manifestación del misterio de la propia
iglesia. “Reunirse en un lugar” es una característica de la
naturaleza de la iglesia. Solo circunstancias históricas insuperables
pueden justificar la inactividad de la institución sinodal en cualquier
escala, sobre todo la escala mundial. La Iglesia Ortodoxa encontró
frecuentemente esas circunstancias en los últimos años y, por ello,
retrasó la convocatoria de un concilio panortodoxo durante mucho tiempo.
En este sentido, la celebración del Santo y Gran Concilio fue un éxito
por sí misma.
En segundo lugar, la necesidad de resolver cuestiones internas de la
Iglesia Ortodoxa también exigía su convocatoria. Estas cuestiones
surgieron principalmente como resultado del sistema de estructura
canónica dentro de nuestra iglesia, que incluye muchas iglesias
autocéfalas locales, cada una de las cuales regula libremente sus
propios asuntos mediante sus propias decisiones. Esto dificulta en
ocasiones el testimonio de la iglesia al mundo contemporáneo “con una boca y un corazón”,
creando confusión y conflictos que empañan la imagen de su unidad. El
sistema de la autocefalía tiene sus orígenes en la iglesia primitiva,
bajo la forma de los cinco antiguos patriarcados –concretamente, los de
Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén– conocidos como
la Pentarquía, cuya armonía comprendía la manifestación suprema de la
unidad de la iglesia que se expresaba en los concilios. Aunque esta
estructura es, a nuestros ojos, correcta desde el punto de vista
canónico y eclesiológico, sigue existiendo el peligro de que se
convierta en una especie de “federación de iglesias”, como se ve a
menudo desde fuera. En ese caso, cada una de las iglesias promueve sus
propios intereses y ambiciones –que no siempre son de naturaleza
estrictamente eclesiástica– y esto hace necesaria la aplicación de la
sinodalidad. La atrofia de la institución sinodal a nivel panortodoxo
contribuye a que surja un sentimiento de autosuficiencia dentro de las
iglesias individuales, lo que las lleva a su vez a tendencias
introspectivas y egocéntricas. Por este motivo, si el sistema sinodal
es, por lo general, imperativo en la vida de la iglesia, el sistema de
la autocefalía lo hace aún más obligatorio para la protección y
expresión de su unidad.
La tercera razón por la que se necesitaba convocar el Santo y Gran
Concilio tiene que ver con los nuevos desafíos que han aparecido en los
últimos años, que exigían la articulación de una dirección y posición
común entre las iglesias ortodoxas individuales. Por ejemplo, el
fenómeno de la emigración de las regiones ortodoxas a los países
occidentales ha llevado al establecimiento de la llamada “diáspora”
ortodoxa, que requiere una atención pastoral especial. Esto dio lugar a
la situación bien conocida, y no estrictamente canónica, de que exista
más de un obispo en la misma ciudad o región, lo que supone un escándalo
para muchas personas dentro y fuera de la Iglesia Ortodoxa. Esta
cuestión no se podía haber resuelto sin una decisión conciliar
panortodoxa.
Por último, la participación ortodoxa en los esfuerzos encaminados a
la reconciliación de la unidad entre los cristianos a través del llamado
“movimiento ecuménico”, que hasta ahora se basaba en las
decisiones alcanzadas por las iglesias autocéfalas individuales o en
conferencias panortodoxas, debía ser ratificada de manera conciliar, que
era la auténtica manera de formular una posición uniforme de la Iglesia
Ortodoxa.
Nosotros los ortodoxos creemos firmemente que el objetivo y la razón
de ser del movimiento ecuménico y del Consejo Mundial de Iglesias es
hacer realidad la oración final del Señor de “que todos sean uno”
(Jn 17:21), que está bordada en el bello tapiz que decora la pared de
esta sala. Por este motivo, el Santo y Gran Concilio hizo hincapié en
que “la participación ortodoxa en el movimiento para el
restablecimiento de la unidad con los otros cristianos en la Iglesia
una, santa, católica y apostólica no va en absoluto contra la naturaleza
y la historia de la Iglesia Ortodoxa, sino que constituye la expresión
consecuente de la fe y tradición apostólica en unas circunstancias
históricas nuevas” (Relaciones, 4). El Santo y Gran Concilio también ha reconocido que “uno de los principales órganos de la historia del movimiento ecuménico es el Consejo Mundial de Iglesias” (Relaciones, 16). Entre las diferentes actividades del CMI, el Santo y Gran Concilio afirmó que “la
Iglesia Ortodoxa desea apoyar la labor de la Comisión de Fe y
Constitución y sigue con vivo interés la aportación teológica que esta
ha realizado hasta nuestros días. Valora positivamente los textos
teológicos de la Comisión, que contaron con la apreciable contribución
de teólogos ortodoxos y representan una etapa loable en el movimiento
ecuménico hacia el acercamiento de los cristianos” (Relaciones, 21).
Consideramos que esta evaluación conciliar de la contribución del CMI a
la búsqueda de la unidad cristiana es muy positiva y que debería
inspirar al CMI para que prosiga sus trabajos cuando se acerca a sus
setenta años de existencia.
Además, la Iglesia Ortodoxa ha reiterado a través de la voz sinodal de su Santo y Gran Concilio que “siempre ha concedido una gran importancia al diálogo, sobre todo con los cristianos no ortodoxos” (Encíclica, 20), y por esta razón, “considera
condenable todo intento de romper la unidad de la Iglesia por parte de
personas o grupos bajo el pretexto de una presunta defensa de la pureza
de la ortodoxia” (Relaciones, 22).
2. El espíritu de diálogo que cultiva la Iglesia Ortodoxa no se
limita al movimiento ecuménico, sino que es necesario en la sociedad y
la ciencia contemporáneas. Tal y como destacó el Santo y Gran Concilio
en su Encíclica, “el desarrollo actual de las ciencias y de la
tecnología está cambiando nuestra vida de manera radical. [...] Los
riesgos son la manipulación de la libertad humana, la
instrumentalización del ser humano, la pérdida gradual de preciosas
tradiciones, y la degradación, o incluso la destrucción, del medio
ambiente” (Encíclica, 11).
El Patriarcado Ecuménico ha sido pionero a la hora de entablar un
diálogo con la ciencia moderna en lo que respecta a los problemas
medioambientales. En 1989, mi predecesor el patriarca ecuménico
Dimitrios envió la primera encíclica sobre este asunto, estableciendo el
1 de septiembre como el día de oración por la protección del medio
ambiente. Nos alegramos de que el CMI haya seguido nuestros pasos, no
solo aplicando este día de oración cada año, sino también tomando en
serio el compromiso de las iglesias para solucionar la crisis
medioambiental. El Santo y Gran Concilio nos recordó a los ortodoxos que
“las raíces de la crisis ecológica son espirituales y éticas. Están inscritas en el corazón de todo ser humano” (Encíclica, 14).
En distintas ocasiones, hemos hecho hincapié en que un pecado contra
la creación es un pecado contra Dios. Como ocurre con cualquier otro
pecado, nos debemos arrepentir por el pecado cometido contra la
creación. El Santo y Gran Concilio ha subrayado que “enfocar el
problema ecológico sobre la base de los principios de la tradición
cristiana exige no solo arrepentirse por el pecado de explotar los
recursos naturales del planeta, es decir, cambiar radicalmente de
mentalidad y comportamiento, sino también practicar el ascetismo como
antídoto contra el consumismo, la deificación de las necesidades y la
actitud adquisitiva” (Encíclica, 14). El verdadero arrepentimiento
implica una conversión, que significa un cambio radical de nuestra
actitud. La crisis medioambiental requiere que cada uno de nosotros
tomemos medidas concretas.
En distintas ocasiones, señalamos que la Iglesia no puede interesarse
exclusivamente por la salvación del alma, sino que está profundamente
preocupada por la transformación de toda la creación de Dios. Por este
motivo, nuestras iglesias necesitan tener vigilancia, información y
educación constantes a fin de comprender con claridad la relación entre
la crisis ecológica actual y nuestras pasiones humanas de la avaricia,
el materialismo, el egocentrismo y la rapacidad, que tienen como
consecuencia la crisis que afrontamos en la actualidad y nos conducen a
ella. Por consiguiente, lo que es una amenaza para la naturaleza también
es una amenaza para la humanidad; al igual que lo que preserva el
planeta salva al mundo entero. Por este motivo, invitamos a todas las
personas a movilizar sus recursos, y en particular sus oraciones, en la
lucha por la protección del medio ambiente.
Entre los distintos temas medioambientales, el agua es uno muy
importante puesto que el agua es tan sagrada y dadora de vida como la
sangre que corre por nuestras venas. El agua es un bien común. No
pertenece a ninguna persona ni a ninguna industria, sino que es el
derecho inviolable e innegociable de cada ser humano. Por consiguiente,
no podemos considerar ética la explotación económica del agua por parte
de las industrias que venden agua a personas que tienen dinero para
comprarla. Aparte del problema ético que plantea, la industria del agua
contamina con frecuencia el medio ambiente a causa de las botellas de
plástico que vende. Los ecologistas nos alertan hoy de que, en 2050, los
océanos contendrán más plástico que peces si los comparamos por su
peso. La contaminación causada por el plástico es un problema
medioambiental y de justicia social. Por este motivo, deberíamos evitar
el plástico utilizando alternativas en nuestra vida cotidiana.
Lamentablemente, el mundo se está quedando sin agua accesible. Esto
no es solo un problema en países pobres, como los de África o la India,
sino que también se está convirtiendo en un problema en países con
abundantes recursos hídricos debido a la contaminación del agua.
Introducir el agua en la economía de mercado y venderla como el petróleo
y el gas no es una solución para resolver esta crisis. La falta de
acceso a agua limpia y saneamiento es la mayor violación de los derechos
humanos de nuestro tiempo. Según se nos ha informado, en la actualidad
casi mil millones de personas en la Tierra no tienen acceso a agua
limpia y 2500 millones no tienen acceso a servicios de saneamiento
adecuados. A menos que nos demos cuenta del peligro –quizá incluso de la
pecaminosidad– de negarnos a compartir los recursos naturales del
planeta, afrontaremos inevitablemente graves desafíos y conflictos. La
sostenibilidad no trata solo de tecnología racional y buenos negocios.
La sostenibilidad es la manera de coexistir pacíficamente.
Por esta razón, felicitamos al CMI por unirse a la Comunidad Azul, un
proyecto del Consejo de los Canadienses. El proyecto de Comunidades
Azules hace un llamamiento a las comunidades para que adopten un marco
sobre el agua como patrimonio común que reconozca el agua como un
derecho humano, prohíba la venta de agua embotellada en instalaciones
públicas y en eventos municipales, y promueva los servicios de agua y de
tratamiento de aguas residuales de propiedad, explotación y
financiación pública. Al unirse a la Comunidad Azul, el CMI conciencia a
sus iglesias miembros y al conjunto de la sociedad de que la justicia
hídrica requiere la gestión ética del agua como un don de Dios, que debe
estar disponible para las generaciones futuras.
La contaminación del agua causada por el plástico, la contaminación
atmosférica y el cambio climático son emergencias mundiales análogas.
Son la consecuencia de olvidarse del carácter sagrado de la creación.
Son los resultados desastrosos de la industrialización y nuestra avidez
humana. La crisis medioambiental no puede solucionarse sin una verdadera
transformación de las acciones humanas. En este sentido, la ecología
está vinculada a la economía. Una sociedad que no se preocupa por el
bienestar de todos los seres humanos es una sociedad que maltrata la
creación de Dios, lo cual es una blasfemia. Por esta razón, el desafío
ecológico de nuestras iglesias es conseguir que el mundo tome conciencia
de la destrucción irreversible de la creación de Dios como consecuencia
de las acciones pecaminosas de los humanos. La necesidad de educación
ecológica no es solo un problema de nuestros Estados, sino que también
debería ser el problema de nuestras iglesias.
Lamentablemente, desde la aplicación del Protocolo de Kioto en 1997
con el objetivo de luchar contra el calentamiento del planeta, siguen
existiendo los mismos problemas. El conocimiento científico, respaldado
por estadísticas y modelos climáticos, así como por observaciones
sencillas hechas por campesinos, agricultores, pueblos indígenas y
habitantes de las costas, ha confirmado que el clima está cambiando a
causa de las actividades humanas y que ese cambio tendrá consecuencias
catastróficas para la vida en este planeta, mientras seguimos siendo
incapaces de adoptar las medidas inevitables para detener los terribles
sucesos ya tangibles y venideros.
El Patriarcado Ecuménico ha sido especialmente sensible al problema
del cambio climático. Por ello, hemos apoyado el llamamiento urgente en
París del vigésimo primer período de sesiones de la Conferencia de las
Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático (COP21) en 2015. Como hemos recalcado en nuestro mensaje al
vigésimo segundo período de sesiones, que tuvo lugar el pasado mes de
noviembre en Marrakech, las máximas autoridades y líderes políticos
mundiales han coincidido fundamentalmente en los problemas del cambio
climático mundial desde la Cumbre para la Tierra de Río en 1992 y han
mantenido interminables consultas y conversaciones de alto nivel sobre
algo que requiere medidas prácticas e iniciativas concretas. Y sabemos
muy bien cuáles deberían ser esas medidas e iniciativas. ¿Qué precio
estamos dispuestos a pagar por los beneficios? ¿O cuántas vidas estamos
dispuestos a sacrificar por una ganancia material o financiera? ¿Y a qué
costo sacrificaríamos o impediríamos la supervivencia de la creación de
Dios? Oramos humildemente, pero también decididamente, por que las
máximas autoridades y líderes políticos mundiales reconozcan y respondan
a los grandes desafíos que comporta el cambio climático. Una manera de
hacerlo sería aplicar el acuerdo de la COP21 de París sin más dilación.
3. A menos que percibamos todos en nuestras actitudes y actos, y en
nuestras deliberaciones y decisiones, los rostros de nuestros propios
hijos –en el presente y en las generaciones futuras–, seguiremos
dilatando y aplazando el desarrollo de cualquier solución, persistiremos
en obstaculizar o limitar cualquier aplicación. En la encíclica del
patriarca con motivo de la Navidad de 2016, abordamos las amenazas
contemporáneas a las que se enfrentan los niños y declaramos 2017 como “el Año de la Protección de la Santidad de la Infancia”. En esa encíclica, hicimos un llamamiento a todas las personas de buena voluntad “para que respet[en] la identidad y la santidad de la infancia”, sobre todo
“a la luz de la crisis mundial de los refugiados que afecta
especialmente a los derechos de los niños; a la luz de la plaga de la
mortalidad infantil, el hambre y la esclavitud infantil, el abuso y la
violencia psicológica, así como los peligros de alterar las almas de los
niños por su exposición incontrolada a la influencia de los medios
electrónicos contemporáneos de comunicación y su sujeción al
consumismo”.
En este aspecto, nos gustaría felicitar al CMI por inaugurar un
programa especial este año sobre los “Compromisos de las iglesias con la
niñez”, que tiene como objetivos promover la protección de la infancia a
través de las comunidades eclesiales, fomentar la participación
significativa de los niños y los jóvenes en las iglesias y abordar
cuestiones críticas para los niños, como los problemas medioambientales.
En este sentido, el Santo y Gran Concilio nos recuerda que “la Iglesia no ofrece a la juventud solamente ‘ayuda’, sino la ‘verdad’ de la nueva vida divino-humana en Cristo”, y destaca que
“los jóvenes no son únicamente el ‘futuro’ de la Iglesia, sino también
la expresión activa de su vida al servicio de Dios y de los seres
humanos en el presente” (Encíclica, 8).
Creemos firmemente que las iglesias no pueden ser indiferentes al
sufrimiento ni al abuso infantil que existen en el mundo y padecen sobre
todo los niños que están heridos o son refugiados. Por lo tanto,
desarrollemos juntos mecanismos para poner fin a la violencia contra los
niños y los jóvenes en nuestra sociedad contemporánea. Promovamos una
mejor participación e integración de nuestros niños y jóvenes en el
culto y en la vida de nuestras iglesias. Concienciemos a nuestros niños y
jóvenes de la responsabilidad de los cristianos en la crisis
medioambiental y eduquémosles para que adopten un comportamiento
adecuado y tomen las medidas pertinentes para hacer frente a cuestiones
como el problema del agua y el cambio climático.
Por desgracia, los niños y los jóvenes sufren violencia emocional,
sexual o física con más frecuencia de lo que pensamos, lo cual afecta a
su salud, su bienestar y su futuro. Este tipo de violencia daña a los
niños, destruye las familias e impacta a las sociedades. El Santo y Gran
Concilio de la Iglesia Ortodoxa señaló que “la crisis contemporánea
del matrimonio y de la familia surge de la crisis de la libertad como
responsabilidad, ya que la libertad se ve reducida a una realización
egocéntrica del propio yo y se identifica con la gratificación personal,
la autosuficiencia y la autonomía; se pierde así el carácter
sacramental de la unión entre un hombre y una mujer, lo que lleva a
olvidar el 'ethos' sacrificial del amor” (Encíclica, 7).
Con este espíritu, y ante la crisis polifacética contemporánea, el
Patriarcado Ecuménico organizó junto con la Iglesia de Inglaterra un
foro sobre la esclavitud moderna titulado Los pecados ante nuestros ojos,
que se celebró el pasado mes de febrero en nuestra sede. Estuvimos
encantados de recibir a los representantes del CMI que vinieron a
participar en el foro. El evento se inspiró en el Santo y Gran Concilio
de la Iglesia Ortodoxa, que valientemente afirmó el lugar central de la
solidaridad y la acción filantrópica en la vida y el testimonio de la
ortodoxia, atendiendo además a las personas “afectadas por la trata de seres humanos y las formas modernas de esclavitud”
(La misión de la Iglesia Ortodoxa en el mundo contemporáneo, F.1,
traducción libre del inglés). Como señalamos entonces, no es posible
para nuestras iglesias cerrar los ojos al mal, ser indiferentes al
clamor de los necesitados, los oprimidos y los explotados. La verdadera
fe debe ser siempre una fuente de lucha permanente contra los poderes de
la inhumanidad.
Nosotros, como iglesias, debemos unir nuestras fuerzas para erradicar
la esclavitud moderna en todas sus formas, en el mundo entero y para
siempre. Hace unos dos años, firmamos la Declaración conjunta de los
líderes religiosos contra la esclavitud moderna (2 de diciembre de
2014), que condenaba la esclavitud como “un crimen de lesa humanidad”.
Nosotros, como iglesias, debemos comprometernos “a hacer todo lo que
esté a nuestro alcance dentro de nuestras comunidades de fe y más
allá de ellas para trabajar juntos en pro de la libertad de todos los
que son víctimas de la esclavitud y la trata de personas, y en aras de
la recuperación de su futuro”. En el camino hacia la consecución de
este imperativo categórico, nuestro adversario no es solo la esclavitud
moderna, sino también el espíritu que la alimenta, la deificación del
lucro, el consumismo, la discriminación, el racismo, el sexismo y el
egocentrismo.
Debemos trabajar todos juntos en contra de este espíritu y por la
promoción de una cultura de la solidaridad, el respeto a los demás y el
diálogo. Además de sensibilizar las conciencias, debemos participar en
iniciativas y acciones concretas. Necesitamos una mayor movilización a
nivel práctico.
Señoras y Señores,
Mientras el Consejo Mundial de Iglesias continúa su peregrinación de justicia y paz invitando a sus iglesias miembros a “caminar
juntas en aras de una búsqueda común, renovando la vocación de la
iglesia por medio de la colaboración y la participación en las
cuestiones más importantes en materia de justicia y paz, para la
sanación de un mundo lleno de conflictos, injusticia y dolor”,
nosotros, en nombre del Patriarcado Ecuménico, le reiteramos nuestro
pleno apoyo y compromiso, convencidos como estamos de que solo gracias a
esta cooperación ecuménica verdaderamente fraternal podemos transformar
nuestra casa común y curarla de sus problemas espirituales, éticos y
ecológicos. Pues sirviendo a nuestro común Señor y Salvador Jesucristo,
nuestras iglesias se acercarán las unas a las otras y descubrirán lo
urgente y necesario que es para todas que sean una (véase Jn 17:21). Por
este motivo, el Santo y Gran Concilio oró “para que los cristianos
trabajen juntos a fin de que pronto llegue el día en que el Señor cumpla
la esperanza de las iglesias ortodoxas de que haya ‘un rebaño y un
pastor’ (Jn 10:16)” (Relaciones, 24). Desde esta perspectiva, que
Dios, glorificado en la Trinidad, bendiga al secretario general, a los
colaboradores del CMI y a todos ustedes en la importante misión que
desempeñan.
¡Muchas gracias por la atención que me han prestado![i]
[i]
N. de la T.: Las citas de los textos de la Encíclica y las Relaciones
del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa son traducciones
libres.