Πέμπτη 24 Δεκεμβρίου 2020

PROCLAMACIÓN PATRIARCAL PARA NAVIDAD

PROCLAMACIÓN PATRIARCAL PARA NAVIDAD

Prot. No. 270

B A R T O L O M E

POR LA MISERICORDIA DE DIOS ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA-NUEVA ROMA Y PATRIARCA ECUMENICO

A LA PLENITUD DE LA IGLESIA

GRACIA, MISERICORDIA Y PAZ

DEL SALVADOR CRISTO NACIDO EN BELEN

Honorables hermanos en Cristo e hijos amados,

Mientras viajamos con la Santa Virgen, que viene “a dar a luz inefablemente” al Logos pre-eterno del Padre, y mientras miramos a Belén, que se prepara para recibir al niño santo, he aquí que una vez más hemos alcanzado la Navidad llenos de sentimientos de gratitud al Dios del amor. El viaje a esta gran fiesta del nacimiento en la carne del Salvador del mundo fue diferente este año en cuanto a las condiciones externas, producto de la actual pandemia. Nuestra vida eclesiástica y la participación de nuestros fieles en los servicios sagrados, así como la atención pastoral y el buen testimonio de la iglesia en el mundo fueron afectados por las repercusiones de las restricciones sanitarias relacionadas a las mismas. Sin embargo, todo esto no afecta a la relación más interior de los fieles con Cristo o de nuestra fe en su providencia y nuestra devoción a “lo único que es necesario."[1]

 

En las sociedades secularizadas, la Navidad ha perdido su identidad original y se ha reducido a una celebración del ostentoso consumo y la frivolidad, sin ninguna sospecha de que en este día santo se conmemora el “misterio eterno"[2] de la divina encarnación. Hoy, la celebración de la Navidad adecuada al cristiano debe ser un acto de resistencia a la secularización de la vida y al debilitamiento o a la necrosis de la percepción del misterio.

 

La encarnación del Logos de Dios revela el contenido, dirección y propósito de la existencia humana. El Dios en todo perfecto permanece como hombre perfecto, para que podamos existir “a la manera de Dios”. Porque Dios se hizo hombre para que podamos ser deificados."[3] En la profunda expresión de San Gregorio el teólogo, el hombre está “ordenado a convertirse en Dios"[4] es decir, a ser un “viviente divinizado” [5]. Este es el honor supremo que se le concedió a la humanidad, aquel que concede a nuestra existencia una dignidad insuperable. En Cristo, todas las personas son llamados a la salvación. Ante Dios, “no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni hombre libre, ni hombre ni mujer, porque todo el mundo es uno en Cristo Jesús", según la teología divinamente inspirada del apóstol Pablo [6]. Esta realidad constituye una subversión decisiva en el campo de la antropología, en la jerarquía de los valores y la percepción del Étos. Desde entonces, cualquiera que atente contra el hombre también desafía a Dios. Porque “no hay nada tan sagrado como el hombre, en cuya naturaleza participó Dios" [7],

 

La Navidad constituye toda la vida teantrópica de la Iglesia, donde Cristo es experimentado constantemente como el que fue, es y vendrá. El único “en el abrazo de su madre”, el que está “en el seno del Padre", el niño Jesús, es el que fue crucificado, resucitó y ascendió en gloria al cielo, el juez justo y el rey de la gloria. Este inefable misterio glorificamos con salmos e himnos; este misterio servimos, siendo servidos y sirviendo al mismo tiempo por éste. Este misterio definió -inspirado divinamente- el IV Concilio Ecuménico de Calcedonia “siguiendo a los Santos Padres." El “dogma de Calcedonia," es decir la manera propia - más allá de la razón y la comprensión humanas- a través de la cual el Logos de Dios asumió la carne del mundo, es  “cantada” por toda la sagrada Iglesia de la Santa Sabiduría de Dios en la ciudad de las ciudades, el orgullo de la Ortodoxía y la gloria de la Ecúmene, a través de la expresión arquitectónica, la organización del espacio sagrado, la impresionante cúpula que refleja cómo la divina filantropía cohesiona todas las cosas, y une lo celestial con lo terrenal; pero también a través de los íconos y la decoración, así como a través del lenguaje teológico único de la iluminación de lo Alto.

 

En medio de muchas circunstancias adversas y tristezas, hoy escuchamos la voz rotunda del “ángel del Señor", de aquel que “anuncia una gran alegría a todas las naciones, porque hoy nos ha nacido un Salvador, que es Cristo Jesús"[8]. Celebramos la Navidad, orando por nuestros hermanos y hermanas en peligro y enfermedad. Admiramos el sacrificio de los médicos y enfermeras y de todos aquellos que contribuyen a combatir la pandemia. Nos alegramos constatando que el paciente es tratado por ellos como persona sagrada y no se reduce a un número, un caso, un objeto o una unidad biológica impersonal. Como se ha dicho de manera elocuente, “el uniforme blanco” de los médicos es “una sotana blanca” que expresa la negación de lo que supuestamente es “mío” por el bien de mi hermano, “velando así los intereses propios del otro” [9] y el compromiso completo con el que sufre. Para esta “sotana blanca” al igual que para la sotana del clérigo, ambos símbolos de un espíritu de sacrificio y servicio, la inspiración y fuerza motriz es el amor, que siempre es un regalo de la gracia divina y nunca exclusivamente nuestro propio logro.

 

La peligrosa pandemia ha destrozado gran parte de lo que dábamos por sentado, reveló los límites del “titanismo” del “hombre-dios” contemporáneo y demostró el poder de la solidaridad. Junto a la indiscutible verdad de que nuestro mundo constituye una unidad, que nuestros problemas son comunes, y que su solución exige una acción conjunta y agenda, se manifestó principalmente el valor del aporte personal, del amor del Buen Samaritano, que supera a toda medida humano. La Iglesia apoya activamente -en hechos y palabras- a nuestros hermanos y hermanas que sufren, y ora por ellos, sus familiares y todos los responsables de su cuidado y, al mismo tiempo, proclamando al mismo tiempo que la curación de los enfermos, como victoria provisoria sobre la muerte, evoca su trascendencia y  abolición definitiva en Cristo.

 

Lamentablemente la crisis sanitaria no ha permitido el desarrollo de las actividades previstas para 2020, como “el año de la renovación pastoral y del necesario  cuidado de la juventud". Esperamos que durante el próximo año se haga posible la realización de las iniciativas planificadas para la nueva generación. Sabemos por experiencia que, cuando nos aproximamos a nuestras y nuestros jóvenes con comprensión y amor, revelan sus talentos creativos y contribuyen con entusiasmo a tales iniciativas. Al fin y al cabo, la juventud es un momento particularmente “religioso” en nuestra vida, lleno de sueños, perspectivas y profundas búsquedas existenciales, con viva esperanza en un nuevo mundo de fraternidad. Esta “nueva creación” [10] - estos “nuevos cielos y nueva tierra” donde “habita la justicia”[11] proclama la Iglesia de Cristo y los representa en su viaje hacia las postrimerías.

 

Amados hermanos e hijos benditos,

 

En la Iglesia, el hombre es renovado completamente y no simplemente “asistido”, sino que “vive en la verdad” y experimenta su destino divino. Como declaró el Sagrado y Gran Sínodo de la Ortodoxía, en la Iglesia “cada persona constituye una entidad única, destinada a la comunión personal con Dios"[12]. Tenemos la convicción divinamente dada de que nuestra vida presente no es toda nuestra vida, que el mal y la negatividad no tienen la última palabra en la historia. Nuestro Salvador no es un Deus ex machina que interviene y destruye los sufrimientos, mientras que al mismo tiempo anula nuestra libertad, como si ésta fuera una “condena” de la que tenemos que liberados. Para nosotros, los cristianos, valen las palabras patrísticas: “El misterio de la salvación pertenece a los que quieren ser salvos, no a los que son coaccionados para serlo"[13]. La verdad de la libertad en Cristo se pone a prueba a través de la Cruz, que es el camino a la Resurrección.

 

En este espíritu, concelebrando con todos vosotros la Navidad y las otras fiestas propias del sacro periodo de los doce días de una manera agradable a Dios, oramos desde nuestro sagrado Centro del Fanar para que el Salvador, que (con)descendió hasta el género humano, les conceda salud, amor mutuo, progreso en toda obra buena, y todas las bendiciones de lo Alto, mientras despunta el nuevo año y durante todos los días de tu vida. ¡Que así sea!

 

Navidad 2020

 

B(artholomé) de Constantinopla

Ferviente suplicante para todos delante de Dios

 

 

 

 

 

Léase en los templos durante la divina liturgia de la natividad del Señor, luego de la lectura del Santo Evangelio.

 

[1] Cf. Lc. 10.42.

[2] Máximo el Confesor, Varios Capítulos Teológicos y Económicos sobre la Virtud y el Mal, centuria I, 12 PG 90, 1184.

[3] Atanasio el Grande, Sobre la Encarnación del Verbo, 54.

[4] Gregorio el Teólogo, Oración funeraria a Basilio el Grande, PG 36, 560.

[5] Gregorio el Teólogo, Homilía 44 sobre la Santa Pascua, PG 36, 632.

[6] Gal 3.28.

[7] Nicolás Cabasilas, Sobre la vida en Cristo VI, PG 150, 649.

[8] Lc. 2.9-11.

[9] 1 Col. 10.24.

[10] 2 Col. 5.17.

[11] 2 Pe. 3.13.

[12] Encíclica, § 12.

[13] Máximo el confesor, Sobre la oración del Padre Nuestro, PG 90, 880.

                                                             

 

 

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