ENCICLICA DEL SANTO Y GRAN CONCILIO DE LA IGLESIA ORTODOXA
Dirigimos
un himno de acción de gracias al Dios adorado en la Trinidad, que nos
ha permitido reunirnos en estos días de Pentecostés en la isla de Creta,
santificada por el apóstol Pablo de las naciones y su discípulo Tito,
"verdadero hijo en la fe que nos es común" (Tit 1,4) y terminar, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, los trabajos del Santo y Gran Concilio
de nuestra Iglesia Ortodoxa, convocado por Su Toda Santidad el Patriarca
Ecuménico Bartolomé con el acuerdo de Sus Beatitudes los Primados de
las santísimas Iglesias ortodoxas autocéfalas para gloria de su bendito
Nombre y provecho del pueblo de Dios y del mundo entero, confesando con
el divino Pablo: "Así pues, que nos vean como a servidores de Cristo y
dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor 4,1).
El
Santo y Gran Concilio de la Iglesia una, santa, católica y apostólica
constituye un testimonio auténtico de la fe en el Cristo Dios-hombre,
Hijo unigénito y Verbo de Dios que, por su Encarnación, toda su obra en
la tierra, su Sacrificio sobre la Cruz y su Resurrección ha revelado al
Dios trinitario como Amor infinito. Así pues, con una sola voz y un solo
corazón dirigimos, en concilio, la palabra de "nuestra esperanza" (cf. 1
Pe 3,15) no solo a los fieles de nuestra santísima Iglesia, sino
también a todos aquellos "que estaban antes alejados y que se han
acercado" (Ef 2,13). "Nuestra esperanza" (1 Tim 1,2), el Salvador del
mundo, fue revelado como "Dios con nosotros" (Mt 1,23) y como "Dios por
nosotros" (Rom 8,32) "que quiere que todos los hombres se salven y
alcancen el conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). Proclamamos el amor
sin esconder los beneficios, conscientes de las palabras del Señor: "el
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). En
el gozo anunciamos la palabra de la fe, de la esperanza y del amor,
esperando "el día que no tendrá ocaso, ni mañana ni fin" (Basilio el
Grande, 'Homilías sobre el Hexamerón' II, PG 29, 52, SC 26bis, p. 185).
El hecho de que nuestra ciudadanía esté "en los cielos" no debilita,
sino que fortalece nuestro testimonio en el mundo.
En
esto nos conformamos a la tradición de los Apóstoles y de nuestros
Padres, que anunciaban a Cristo y la experiencia salvadora de la fe de
la Iglesia, haciendo teología con el objeto de "atrapar en las redes"
(según el espíritu de apostolado) a los humanos de nuestro tiempo, para
transmitirles el Evangelio de la libertad en Cristo (cf. Gal 5,1). La
Iglesia no vive para sí misma. Se ofrece a la humanidad entera para la
elevación y la renovación del mundo en unos cielos nuevos y una tierra
nueva (cf. Ap 1,21). Así pues, da el testimonio evangélico y comparte
los dones que Dios dispensó a la humanidad: su amor, la paz, la
justicia, la reconciliación, la fuerza de la Resurrección y la esperanza
de la eternidad.
***
I. La Iglesia como cuerpo de Cristo, icono de la Santa Trinidad
1.
La Iglesia una, santa, católica y apostólica es la comunión
divino-humana a imagen de la Santa Trinidad; la pregustación y la
experiencia de las cosas últimas vivida en la divina Eucaristía; la
revelación de la gloria de las cosas venideras; como Pentecostés
permanente, la voz profética que no se calla jamás en el mundo; la
presencia y el testimonio del Reino de Dios "venido con poder" (Mc 9,1).
Como cuerpo de Cristo, la Iglesia "reúne" (cf. Mt 23,37), transfigura y
alimenta al mundo con "agua que se convierte en él en una fuente que
salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14).
2.
La tradición apostólica y patrística, obedeciendo a las palabras del
Señor y fundador de la Iglesia durante la Santa Cena con sus discípulos,
instituyendo el sacramento de la divina Eucaristía, ha puesto de
relieve el atributo de la Iglesia como "cuerpo de Cristo" (Mt 25,26; Mc
14,22; Lc 22,19; 1 Cor 10,16-17;11,23-29). Ella siempre lo asoció al
misterio de la Encarnación del Hijo y Verbo de Dios, del Espíritu Santo y
de la Virgen María. En este espíritu, siempre ha puesto el acento en la
relación indefectible, tanto entre el misterio de la divina economía en
Cristo y el de la Iglesia, como entre el misterio de la Iglesia y el
sacramento de la divina Eucaristía, asegurado sin cesar en la vida
sacramental de la Iglesia por la operación del Espíritu Santo.
La
Iglesia ortodoxa, fiel a esta tradición apostólica y experiencia
sacramental unánime, es la continuidad auténtica de la Iglesia una,
santa, católica y apostólica tal y como es confesada en el Credo y
confirmada por la enseñanza de los Padres de la Iglesia. De esta manera,
siente la enorme responsabilidad que le incumbe, que consiste no solo
en hacer vivir al pléroma esta experiencia auténtica, sino también en
dar a la humanidad testimonio creíble de la fe.
3.
En su unidad y su catolicidad, la Iglesia ortodoxa es la Iglesia de los
Concilios desde la Asamblea de los Apóstoles en Jerusalén (Hch
15,5-29). La Iglesia es en sí misma un Concilio establecido por Cristo y
guiado por el Espíritu Santo, según la palabra apostólica: "El Espíritu
Santo y nosotros hemos decidido" (Hch 15,28). Mediante los Concilios
ecuménicos y locales, la Iglesia anunció y anuncia el misterio de la
Santa Trinidad, revelado por la Encarnación del Hijo y Verbo de Dios. El
trabajo conciliar continúa sin interrupción en la historia mediante los
concilios más recientes que poseen una autoridad universal, sobre todo
el Gran Concilio (879-880) convocado por Focio, Patriarca de
Constantinopla; los convocados en la época de San Gregorio Palamás
(1341, 1351, 1368), donde fue confirmada la verdad de la fe, sobre todo
acerca de la participación del hombre en las energías divinas increadas y
la procesión del Espíritu Santo; y los Santos y Grandes Concilios
reunidos en Constantinopla: el de 1484 para rechazar el concilio
unionista de Florencia (1438-1439), los de los años 1638, 1642, 1672 y
1691 para rechazar las tesis protestantes, y el de 1872 para condenar el
etnofiletismo como herejía eclesiológica.
4.
Fuera del cuerpo de Cristo "que es la Iglesia" (cf. Ef 1,23; Col 2,17),
la santidad es inconcebible. La santidad emana del único Santo; para el
hombre se trata de participar en la santidad de Dios en la "comunión de
los Santos", según la afirmación del sacerdote durante la Divina
Liturgia: "lo Santo para los Santos" y la respuesta de los fieles: "Solo
uno es Santo, solo uno es Señor, Jesucristo, para la gloria de Dios
Padre. Amén". En este espíritu, Cirilo de Alejandría subraya también a
propósito de Cristo: "Siendo él mismo Dios por naturaleza, [...] es
santificado a causa de nosotros en el Espíritu Santo. [...] Ha hecho
esto para nosotros, no para sí mismo, para que de Él y mediante Él,
habiendo recibido primero el principio de la santificación, la gracia de
la santificación pueda desde entonces pasar a la humanidad..."
('Comentario sobre el Evangelio de San Juan', 11. PG 74,548). Por
consiguiente, según San Cirilo, Cristo es nuestra "persona común"
mediante la recapitulación en su propia humanidad de la naturaleza
humana entera: "todos nosotros estábamos en Cristo, y la persona común
de la humanidad es regenerada en Él" ('Comentario sobre el Evangelio de
San Juan', 11. PG 73,161). Por eso Él es también la única fuente de
santificación de la humanidad. En este espíritu, la santidad es la
participación de la humanidad en el misterio de la Iglesia y también a
través de sus santos sacramentos, siendo el centro la divina Eucaristía
como "sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (cf. Rom 12,1). "¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la
persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está
escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas
de matanza. Pero en todo esto somos más que vencedores por aquel que nos
ha amado" (Rom 8,45-37). Los Santos encarnan la identidad escatológica
de la Iglesia en tanto que acción de gracia permanente ante el Trono
terrestre y celeste del Rey de gloria, figura del Reino de Dios.
5.
La Iglesia ortodoxa universal está compuesta por catorce Iglesias
autocéfalas locales, reconocidas a escala panortodoxa. El principio de
autocefalia no puede operar en detrimento del principio de catolicidad y
de unidad de la Iglesia. Consideramos, pues, que la creación de las
Asambleas episcopales en la diáspora ortodoxa, compuestas por los
obispos canónicos reconocidos que siguen dependiendo de las
jurisdicciones canónicas de las que dependen actualmente constituye un
paso adelante importante con vistas a su organización canónica, y que su
funcionamiento regular garantiza el respeto del principio eclesiológico
de conciliaridad.
II. La misión de la Iglesia en el mundo
6.
El apostolado y el anuncio del Evangelio -o sea, la acción misionera-
pertenece al núcleo de la identidad de la Iglesia: se trata de guardar
el mandamiento del Señor y conformarse a él: "Id pues y haced discípulos
de todas las naciones" (Mt 28,19). Es el "soplo de vida" que la Iglesia
dispensa a la sociedad humana y que 'eclesializa' al mundo a través del
establecimiento de nuevas Iglesias locales. En este espíritu, los
creyentes ortodoxos son y deben ser apóstoles de Cristo en el mundo.
Este apostolado debe cumplirse, no de manera agresiva, sino libremente,
en el amor y el respeto hacia la identidad cultural de los individuos y
los pueblos. Todas las Iglesias ortodoxas deben participar en este
esfuerzo respetando debidamente la disciplina canónica.
La
participación en la divina Eucaristía es fuente de ardor apostólico
para evangelizar al mundo. Participando en la divina Eucaristía y orando
en la Santa asamblea por toda la tierra habitada, somos llamados a
prolongar la "liturgia después de la Divina Liturgia"; a testimoniar la
verdad de nuestra fe ante Dios y los hombres; a compartir los dones de
Dios con la humanidad entera; todo esto, obedeciendo el mandamiento
claro del Señor antes de su Ascensión: "Entonces seréis mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra"
(Hch 1,8). Las palabras pronunciadas antes de la divina Comunión -"El
Cordero de Dios que es fraccionado y compartido es fraccionado pero no
dividido, y siempre es alimento inagotable que santifica a los que de él
comulgan"- sugiere que Cristo, como "cordero de Dios" (Jn 1,29) y
"alimento de vida" (Jn 6,48), nos es ofrecido como amor eterno que nos
une a Dios y los unos a los otros. También nos enseñan a compartir los
dones de Dios y a ofrecernos a nosotros mismos por todos a la manera de
Cristo.
La
vida de los cristianos es testimonio irrefutable de la renovación de
todo en Cristo: "Del mismo modo, si alguien está en Cristo, nueva
criatura es. Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado" (2 Cor 5,17). Es
una llamada lanzada a la humanidad para participar personalmente, con
total libertad, en la vida eterna, en la gracia de nuestro Señor
Jesucristo y en el amor de Dios Padre, para vivir en la Iglesia la
comunión del Espíritu Santo: "Buscando el misterio de la salvación de
buen grado y no por la fuerza" (Máximo el Confesor, PG 90,880). La
reevangelización del pueblo de Dios en las sociedades contemporáneas
secularizadas, así como la evangelización de los que aún no conocen a
Cristo, es para la Iglesia un deber ininterrumpido.
III. La familia, icono del amor de Cristo por su Iglesia
7.
La Iglesia ortodoxa considera la unión indefectible entre un hombre y
una mujer en el amor "un gran misterio... el de Cristo y la Iglesia" (Ef
5,32), y se interesa por la familia que de ella resulta. Esta es la
única garantía para el nacimiento y la educación de los hijos según el
plan de la divina economía en tanto que "pequeña Iglesia" (San Juan
Crisóstomo, 'Comentario sobre la Epístola a los Efesios', 20, PG
62,143), aportándole el apoyo pastoral necesario.
La
crisis contemporánea del matrimonio y de la familia surge de la crisis
de la libertad, que se ve reducida a una realización del propio yo con
vistas a la búsqueda de la felicidad y queda, pues, asimilada a una
fatuidad, autarquía y autonomía individual; se pierde así el carácter
sacramental de la unión del hombre y de la mujer, y se olvida el 'ethos'
sacrificial del amor. La sociedad secularizada de nuestros días aborda
el matrimonio bajo criterios puramente sociológicos y pragmáticos,
considerándolo una simple forma de relación entre tantas otras,
reivindicando el derecho legal a beneficiarse de una garantía
institucional.
El
matrimonio es un taller de vida en el amor alimentado por la Iglesia y
un don incomparable de la gracia de Dios. La "mano poderosa" del Dios
"unificador" "invisiblemente presente une a los cónyuges" al Cristo y
entre sí. Las coronas que se colocan sobre la cabeza de los esposos en
la celebración del sacramento hacen referencia al sacrificio y a la
dedicación a Dios y al de los esposos entre sí. Sugieren también la vida
del Reino de Dios, revelando la referencia escatológica del misterio
del amor.
8.
El Santo y Gran Concilio se dirige con un amor y ternura particulares a
los niños y a todos los jóvenes. Entre las múltiples definiciones
contradictorias acerca de la infancia, nuestra santísima Iglesia subraya
las palabras de nuestro Señor: "si no os convertís y os hacéis como los
niños pequeños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 18,3), y
"quien no acoge el Reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Lc
18,17), como nuestro Salvador dijo a propósito de los que "impiden" (cf.
Lc 18,16) a los niños ir a Él y a propósito de los que los
"escandalizan" (Mt 18,6).
La
Iglesia no ofrece a la juventud solamente "ayuda", sino la "verdad" de
la vida nueva divino-humana en Cristo. La juventud ortodoxa debe tomar
conciencia de que es portadora de una tradición de la Iglesia ortodoxa
multisecular y bendecida y al mismo tiempo continuadora de esta
tradición que hay que preservar con valentía y cultivar con fuerza los
valores eternos de la Ortodoxia para ofrecer un testimonio cristiano
vivificante. De esta juventud surgirán los futuros servidores de la
Iglesia de Cristo. Así pues, los jóvenes no son únicamente el "futuro"
de la Iglesia, sino también la expresión activa de su vida al servicio
del hombre y de Dios en el presente.
IV. La educación en Cristo
9.
En nuestros días, el campo de la formación y de la educación se ven
sacudidos por controversias acerca, no solo del contenido y los
objetivos de la educación, sino también de la nueva percepción de la
infancia, del papel del maestro y del alumno, así como del de la escuela
moderna. Ya que la educación concierne, no solo a lo que es el hombre,
sino a lo que debe ser y la medida de su responsabilidad, es evidente
que la imagen que nos formamos del hombre y del sentido de su existencia
determinan también nuestro punto de vista acerca de su educación.
Individualista, secularizado y solo buscando la felicidad, el sistema
educativo hoy dominante, cuyas consecuencias sufre la nueva generación,
también preocupa a la Iglesia ortodoxa.
La
educación ocupa el centro de la solicitud pastoral de la Iglesia, no
solo de cara a la cultura intelectual, sino también a la edificación y
al desarrollo del ser humano en su conjunto en tanto que entidad
psicosomática y espiritual, según el trinomio "Dios, hombre, mundo". En
su discurso catequético, la Iglesia ortodoxa llama afectuosamente al
pueblo de Dios, y sobre todo a la juventud, a participar consciente y
activamente en la vida de la Iglesia, cultivando en ella "la aspiración
perfecta" a la vida en Cristo. Así, el pléroma cristiano encuentra en la
comunión divino-humana de la Iglesia un apoyo existencial para vivir la
perspectiva pascual de la deficación por gracia.
V. La Iglesia frente a los desafíos contemporáneos
10.
La Iglesia de Cristo se enfrenta hoy a manifestaciones extremas e
incluso provocadoras del secularismo, inherentes a las evoluciones
políticas, culturales y sociales del mundo moderno. Un elemento
fundamental del secularismo fue y sigue siendo la idea de sustraer
totalmente al ser humano de Cristo y de la influencia espiritual de la
Iglesia, asimilando arbitrariamente a esta con el conservadurismo y
pasando por alto la historia, alegando que sería un obstáculo para el
progreso y la evolución. En nuestras sociedades secularizadas, cortadas
de sus raíces espirituales, el hombre confunde su libertad y el sentido
de su vida con una autonomía absoluta, con una liberación respecto de su
destino eterno; esto produce toda una serie de malentendidos e
interpretaciones falaces de la tradición cristiana. Así, la libertad en
Cristo que proviene de lo alto y el progreso que conduce "al estado de
adulto, a la medida de Cristo en su plenitud" (Ef 4,13) son considerados
frenos a las disposiciones autosalvadoras del ser humano. El amor
dispuesto al sacrificio es juzgado incompatible con el individualismo, y
el carácter ascético del 'ethos' cristiano un desafío intolerable
contra la búsqueda de la felicidad individual.
Asimilar
la Iglesia a un conservadurismo irreconciliable con el progreso de la
civilización es una alegación arbitraria y abusiva, pues la conciencia
nacional de los pueblos cristianos lleva la marca indeleble de la
contribución secular de la Iglesia, no solo en su patrimonio cultural,
sino también en el sano desarrollo de la civilización secular en
general, puesto que Dios ha hecho al hombre gerente de la creación
divina, asociado a su obra. En lugar del "hombre-Dios" contemporáneo, la
Iglesia ortodoxa afirma el "Dios-hombre" como medida de todo: "No
hablamos de hombre deificado, sino de Dios hecho hombre" (Juan
Damasceno, 'Exposición de la fe ortodoxa', 3,2, PG 94,988). Expone la
verdad de la fe salvadora del Dios-hombre y su Cuerpo, la Iglesia, en
tanto que lugar y modo de vida en libertad. Permite "confesar la verdad
en el amor" (cf. Ef 4,15) y participar también, ya sobre la tierra, de
la vida del Cristo resucitado. El carácter divino-humano de la Iglesia,
"que no es de este mundo" (Jn 18,36), que alimenta y dirige su presencia
y su testimonio "en el mundo", le prohíbe conformarse al mundo (cf. Rom
12,2).
11.
El desarrollo actual de las ciencias y de la tecnología está cambiando
nuestra vida. Todo lo que engendra un cambio en la vida humana exige que
hagamos prueba de discernimiento, pues, más allá de los importantes
beneficios -por ejemplo, los que facilitan la vida cotidiana, los que
permiten tratar enfermedades antiguamente incurables e ir más lejos en
la investigación espacial-, también nos enfrentamos a los aspectos
negativos del progreso científico: riesgos como la manipulación de la
libertad humana, la instrumentalización del ser humano, la pérdida
gradual de preciosas tradiciones, la degradación e incluso destrucción
del medio ambiente.
Por
su propia naturaleza, la ciencia no dispone desgraciadamente de los
medios necesarios para prevenir o curar un buen número de problemas que
genera directa o indirectamente. El conocimiento científico no moviliza
la voluntad moral del ser humano que, conociendo sus riesgos, sigue
actuando como si no se le hubiera advertido. Sin una visión espiritual
es imposible dar respuestas a los graves problemas existenciales y
éticos del ser humano ni al sentido eterno de su vida y del mundo.
12.
En nuestros días, los impresionantes progresos efectuados en el campo
de la biología, la genética y la neuropsicología del cerebro suscitan un
entusiasmo generalizado. Se trata de conquistas científicas cuyo
abanico de aplicaciones es susceptible de generar dilemas antropológicos
y éticos graves. El uso incontrolado de la biotecnología, que
interviene en el principio, el transcurso y el fin de la vida,
compromete la verdadera plenitud de esta. Por primera vez en su
historia, el hombre se entrega a experimentos extremos y peligrosos para
su propia naturaleza. Se arriesga a transformarse en un mero eslabón
biológico, en unidad social o en aparato de pensamiento controlado.
La
Iglesia ortodoxa no podría quedar al margen del debate acerca de
cuestiones antropológicas, éticas y existenciales de tal importancia. Se
apoya en los criterios dictados por Dios para demostrar la actualidad
de la antropología ortodoxa frente al derrumbe contemporáneo de los
valores. Nuestra Iglesia puede y debe manifestar en el mundo su
conciencia profética en Jesucristo, que en la Encarnación asumió toda la
condición humana y que es el modelo absoluto de la restauración del
género humano. Afirma que la vida del ser humano es sagrada y que posee
el atributo de persona desde su concepción. Nacer es el primer derecho
humano. La Iglesia, en tanto que comunión divino-humana en el seno de la
cual todo hombre es una entidad única destinada a comulgar
personalmente con Dios, resiste a todo intento de reducir al ser humano
al estado de objeto, a transformarlo en dato mesurable. Ningún éxito
científico está autorizado a atentar contra la dignidad y el destino
divino del hombre. El ser humano no está únicamente determinado por sus
genes.
Sobre
esta base se funda la Bioética desde el punto de vista ortodoxo. En una
época de imágenes contradictorias del hombre, frente a concepciones
seculares, autónomas y reductoras, la Bioética ortodoxa afirma la
creación a imagen y semejanza de Dios y el destino eterno del ser
humano. Contribuye así a enriquecer el debate filosófico y científico
acerca de las cuestiones bioéticas aportando la antropología bíblica y
la experiencia espiritual de la Ortodoxia.
13.
En una sociedad mundial basada en el "tener" y el individualismo, la
Iglesia ortodoxa universal propone la verdad de la vida en Cristo y
según Cristo, libremente encarnada en la vida cotidiana de todo ser
humano mediante su trabajo cumplido "hasta la tarde" (Sal 103,23) con el
cual este se convierte en colaborador del Padre eterno, "pues
trabajamos juntos en la obra de Dios" (1 Cor 3,9) y de su Hijo ("Mi
Padre hasta ahora trabaja, y yo también trabajo", Jn 5,17). La gracia de
Dios santifica todas las obras del hombre que coopera con Dios,
elevando en ellos la afirmación de la vida y comunión humana. En este
contexto se sitúa también la ascesis cristiana, radicalmente diferente a
todo ascetismo dual que aísla al ser humano de la sociedad y de su
prójimo. La ascesis cristiana y la templanza, que unen al hombre a la
vida sacramental de la Iglesia, no pertenecen únicamente a la vida
monástica, sino que son atributos de la vida cristiana en todas sus
manifestaciones, un testimonio tangible de la presencia del espíritu
escatológico en la existencia bendita de los fieles ortodoxos.
14.
Las raíces de la crisis ecológica son espirituales y morales. Están
inscritas en el corazón de todo ser humano. A lo largo de los últimos
siglos, esta crisis se agrava a causa de numerosas brechas generadas por
las pasiones humanas como la codicia, la avidez, la concupiscencia, el
egoísmo, el espíritu de depredación y sus influencias en el planeta como
por ejemplo el cambio climático que ya amenaza seriamente al medio
ambiente, nuestra "casa" común. La ruptura de la relación entre el
hombre y la naturaleza es una aberración respecto del verdadero uso de
la creación de Dios. Para resolver el problema ecológico sobre la base
de los principios de la tradición cristiana, no solo hay que hacer
penitencia por el pecado de explotar a ultranza los recursos naturales
del planeta, es decir, cambiar radicalmente de mentalidad, sino también
practicar la ascesis como antídoto contra el consumismo, contra el culto
de las necesidades y contra el sentimiento de posesión. Esto presupone
también la inmensa responsabilidad que nos incumbe de legar a las
generaciones futuras un medio ambiente viable y usarlo según la voluntad
y la bendición de Dios. En los sacramentos la creación es afirmada y el
hombre animado a actuar como ecónomo, guardián y "oficiante" de esta,
presentándosela al Creador como acción de gracias -"Lo que es tuyo, lo
que proviene de ti, te lo ofrecemos en todo y por todo"- y cultivando
una relación eucarística con la creación. Esta visión ortodoxa
evangélica y patrística atrae también nuestra atención sobre los
aspectos sociales y las influencias trágicas que representa la
destrucción del medio ambiente.
VI. La Iglesia frente a la globalización, la violencia como fenómeno extremo y la inmigración.
12.
La teoría contemporánea de la globalización, impuesta silenciosamente y
propagada rápidamente, provoca fuertes sacudidas en la economía y la
sociedad a escala mundial. La globalización impuesta ha generado nuevas
formas de explotación sistemática y de injusticia social. Ha planificado
la eliminación gradual de los obstáculos que representan las
tradiciones nacionales, religiosas, ideológicas y otras. Ha conducido al
debilitamiento con vistas a la desestructuración de las conquistas
sociales en nombre de la reconstrucción de la economía mundial, que se
supone necesaria, aumentando así la brecha entre los ricos y los pobres,
dinamitando la cohesión social de los pueblos y reavivando numerosos
focos de tensión internacional.
Frente
al proceso de homogeneización reductora e impersonal promovido por la
globalización, y también frente a las aberraciones del etnofiletismo, la
Iglesia ortodoxa propone proteger la identidad de los pueblos y
reforzar el carácter local. Como modelo alternativo para la unidad de la
humanidad, propone su organización estructurada, basada en la igualdad
de valor de las Iglesias locales. La Iglesia se opone a la amenaza
provocadora que pesa hoy sobre el individuo y las tradiciones culturales
de los pueblos que encierra la globalización; se opone también al
principio según el cual la economía posee su propia ley o "economismo",
es decir, que la economía emancipada de las necesidades vitales del ser
humano se transforma en un fin en sí misma. Propone, pues, una economía
duradera, fundada sobre los principios del Evangelio. Poniendo en el
centro la palabra del Señor: "No solo de pan vive el hombre" (Lc 4,4),
no asocia el progreso del género humano solo a la mejora del nivel de
vida o de desarrollo económico en detrimento de los valores
espirituales.
16.
La Iglesia no se mezcla en política en el sentido estricto del término.
Sin embargo, su testimonio es esencialmente político en tanto que
preocupación por el ser humano y por su libertad espiritual. Su palabra
es bien distinta y siempre tendrá un deber de intervención a favor del
ser humano. Las Iglesias ortodoxas locales son hoy llamadas a establecer
una nueva relación armoniosa con el Estado de derecho en el nuevo
contexto de las relaciones internacionales, conforme a la afirmación
bíblica: "Dad, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de
Dios" (Mt 22,21). Esta cooperación debe salvaguardar la singularidad de
la Iglesia y la del Estado y asegurar su franca cooperación en
beneficio de la única dignidad humana de la que emanan los derechos
humanos, y garantizar también la justicia social.
Los
derechos humanos están hoy en el centro de la política en tanto que
respuesta a las actuales crisis y revueltas sociales y políticas, y
están destinados a proteger la libertad del individuo. La Iglesia
ortodoxa considera críticamente los derechos humanos por el temor de que
el derecho individual degenere en individualismo y en movimiento
reivindicativo de derechos. Tal aberración es perjudicial para el
contenido comunitario de la libertad, pues transforma arbitrariamente
los derechos en reivindicaciones individuales de búsqueda de la
felicidad, confunde libertad y laxismo del individuo y erige esta
licencia en "valor universal" que mina los fundamentos de los valores
sociales, de la familia, de la religión, de la nación y amenaza valores
éticos fundamentales.
La
percepción ortodoxa del hombre se opone, pues, tanto a la apoteosis
arrogante del individuo y de sus derechos como a la humillación de la
persona humana aplastada en las actuales y gigantescas estructuras
económicas, sociales, políticas y comunicativas. La tradición de la
Ortodoxia es para el hombre una fuente inagotable de verdades vitales.
Nadie ha honrado y cuidado tanto al ser humano como Cristo y su Iglesia.
La protección del principio de libertad religiosa bajo desde todas sus
perspectivas es un derecho fundamental, es decir, la libertad de
conciencia, de fe, de culto, y todas las manifestaciones individuales y
colectivas de la libertad religiosa, incluido el derecho de todo
creyente a practicar libremente sus deberes religiosos sin injerencia de
ningún tipo por parte de los poderes públicos, así como la libertad de
enseñar públicamente la religión y asegurar las condiciones de
funcionamiento de las comunidades religiosas.
17.
Hoy en día vivimos un recrudecimiento de la violencia en nombre de
Dios. Las exacerbaciones fundamentalistas en el seno de las religiones
amenazan con hacer valer la idea de que el fundamentalismo pertenece a
la esencia del fenómeno religioso. La verdad es que, en tanto que "celo,
aunque no según un conocimiento adecuado" (Rom 10,2), el
fundamentalismo constituye una manifestación mortífera de religiosidad.
La verdadera fe cristiana, según el modelo de la Cruz del Señor, se
sacrifica sin sacrificar; por eso es el juez más inexorable del
fundamentalismo, sea cual sea su origen. El diálogo interreligioso
franco contribuye al desarrollo de una confianza mutua en la promoción
de la paz y de la reconciliación. La Iglesia lucha para hacer más
tangible sobre la tierra la "paz de lo alto". La verdadera paz no se
obtiene por la fuerza de las armas, sino únicamente mediante el amor que
"no busca su interés propio" (1 Cor 13,5). El bálsamo de la fe debe
servir para curar las llagas antiguas del prójimo y no para reavivar
nuevas hogueras de odio.
18.
La Iglesia ortodoxa sigue, con dolor en la oración, constatando la
terrible crisis humanitaria que asola nuestros días, la propagación de
la violencia y de los conflictos armados, la persecución, las
deportaciones y los asesinatos cometidos contra miembros de minorías
religiosas, la expulsión forzada de familias de sus hogares, la tragedia
del tráfico de seres humanos, la violación de los derechos
fundamentales de los individuos y de los pueblos, así como la conversión
religiosa forzada. Condena categóricamente los secuestros, las
torturas, las atroces ejecuciones. Denuncia la destrucción de iglesias,
símbolos religiosos y monumentos culturales.
La
Iglesia ortodoxa está particularmente preocupada por la situación de
los cristianos, así como de las otras minorías nacionales y religiosas
perseguidas en Oriente Próximo. Lanza sobre todo una llamada a los
gobiernos de los países de la región para proteger a las poblaciones
crisianas, los ortodoxos, los antiguos orientales y los demás cristianos
que han sobrevivido en la cuna del cristianismo. Las poblaciones
cristianas y las demás poblaciones indígenas poseen el derecho
imprescriptible de permanecer en sus países como ciudadanos que gocen de
igualdad de derechos.
Exhortamos,
pues, a todas las partes implicadas, independientemente de sus
convicciones religiosas, a trabajar en la reconciliación y el respeto de
los derechos humanos y a proteger ante todo el don divino de la vida.
Tienen que cesar la guerra y el derramamiento de sangre y prevalecer la
justicia para que regrese la paz y sea posible el retorno de los que han
sido expulsados de sus hogares ancestrales. Rezamos por la paz y la
justicia en los países tan sufridos de África y en Ucrania. Reunidos en
Concilio, reiteramos con fuerza nuestra llamada a los responsables para
que liberen a los dos obispos secuestrados en Siria, Pablo Yazigi y Juan
Ibrahim. Rezamos también por la liberación de todos nuestros semejantes
retenidos como rehenes y en cautividad.
19.
La imprevisible crisis contemporánea de los refugiados e inmigrados por
razones económicas, políticas y climáticas se agrava continuamente y
ocupa el centro del interés mundial. La Iglesia ortodoxa no ha cesado de
considerar a aquellos que son expulsados, que se encuentran en peligro y
necesidad, según las palabras del Señor: "Porque tuve hambre y me
disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me
hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis,
en la cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25,35-36) y: "En verdad os digo
que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40). En el transcurso de su
historia, la Iglesia siempre se ha encontrado al lado de "todos los que
están cansados y agobiados" (Mt 11,28). En todo tiempo, la filantropía
de la Iglesia no se limita simplemente a un acto de caridad ocasional
hacia el indigente y el sufriente, sino que busca eliminar las causas
generadoras de los problemas sociales. El "misterio cumplido" por la
Iglesia (Ef 4,12) es reconocido por todos.
VII. La Iglesia: testimoniar en el diálogo
Lanzamos,
pues, una llamada -ante todo a los que están en condiciones de
erradicar las causas que generan la crisis de los refugiados- a tomar
las decisiones adecuadas en este sentido. Llamamos a las autoridades
políticas, a los fieles ortodoxos y a los ciudadanos de los países de
acogida hacia los cuales los refugiados se han dirigido y siguen
dirigiéndose a que les procuren toda la ayuda posible en la medida de su
capacidad.
20.
La Iglesia es sensible a todos los que la han abandonado y sufre por
todos los que ya no comprenden su voz. En su conciencia de ser la
presencia viva de Cristo en el mundo, plasma en acciones concretas la
economía divina utilizando todos los medios a su disposición a fin de
testimoniar la verdad de manera creíble en el rigor de la fe apostólica.
Partiendo de esta comprensión del deber de testimonio y de
disponibilidad, en todo tiempo la Iglesia ortodoxa concede una gran
importancia al diálogo, sobre todo con los cristianos heterodoxos.
Mediante este diálogo, los demás cristianos conocen ya mejor la
Ortodoxia y la pureza de su tradición. Saben también que la Iglesia
ortodoxa jamás ha aceptado el minimalismo teológico ni la puesta en duda
de su tradición dogmática y de su 'ethos' evangélico. Los diálogos
intercristianos han sido una ocasión para la Ortodoxia de subrayar el
respeto debido a la enseñanza de los Padres y testimoniar válidamente la
tradición auténtica de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
Los diálogos en los que participa la Iglesia ortodoxa nunca han
significado -y no significarán jamás- hacer compromisos de ningún tipo
en materia de fe. Estos diálogos son un testimonio de la Ortodoxia
basado en el mensaje evangélico: "Ven y ve" (Jn 1,46) y: "Dios es amor"
(1 Jn 4,8).
***
En
este espíritu, siendo la manifestación en Cristo del Reino de Dios, la
Iglesia ortodoxa en el mundo entero vive el misterio de la divina
economía en su vida sacramental centrada en la divina Eucaristía que nos
da, no un alimento perecedero y corruptible, sino el Cuerpo mismo del
Señor, fuente de vida, "el Pan celeste" "que es remedio de inmortalidad,
antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre"
(Ignacio de Antioquía, 'Carta a los efesios' XX, 1, PG 5,756A). La
divina Eucaristía es el núcleo central de la función conciliar del
cuerpo eclesial, así como la verdadera garantía de la ortodoxia de la fe
de la Iglesia, como lo afirma San Ireneo de Lyón: "Para nosotros,
nuestra manera de pensar (=enseñanza) concuerda con la eucaristía, y la
eucaristía a su vez confirma nuestra manera de pensar" ('Contra las
herejías', IV, 18, PG 7,1028).
Evangelizando,
pues, el mundo entero, conforme al mandato del Señor, y "predicando el
arrepentimiento y la remisión de los pecados a todas las naciones" (cf.
Lc 44,47), debemos encomendarnos los unos a los otros y toda nuestra
vida a Cristo nuestros Dios; debemos amarnos los unos a los otros,
confesando en la concordia "al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
Trinidad consubstancial e indivisible". Reunidos en Concilio,
dirigiéndonos a los fieles de nuestra santísima Iglesia ortodoxa y al
mundo entero, caminando sobre los pasos de los santos Padres y
obedeciendo las decisiones conciliares que prescriben salvaguardar la fe
apostólica recibida y "conformarnos a Cristo" en nuestra vida
cotidiana, en la esperanza de la "resurrección común", damos gloria a la
Divinidad en Tres Personas cantando:
"Padre
Todopoderoso, Verbo y Espíritu de Dios, Naturaleza Única en Tres
Personas, Esencia y Divinidad Suprema, en ti hemos sido bautizados y te
bendecimos por los siglos de los siglos" (Canon pascual, oda 8).
† Bartolomé de Constantinopla, presidente
† Teodoro II de Alejandría
† Teófilo III de Jerusalén
† Ireneo de Serbia
† Daniel de Rumanía
† Crisóstomo de Chipre
† Jerónimo de Atenas y toda Grecia
† Sabas de Varsovia y toda Polonia
† Anastasio de Tirana y toda Albania
† Rastislao de Presov, de las Tierras Checas y de Eslovaquia
Delegación del Patriarcado Ecuménico
† León de Carelia y toda Finlandia
† Esteban de Tallin y toda Estonia
† Juan de la sede mayor de Pérgamo
† Demetrio de la sede mayor de América
† Agustín de Alemania
† Ireneo de Creta
† Isaías de Denver
† Alejo de Atlanta
† Santiago de las Islas de los Príncipes
† José de Proeconeso
† Melitón de Filadelfia
† Emanuel de Francia
† Nicetas de Dardanelos
† Nicolás de Detroit
† Gerásimo de San Francisco
† Anfiloquio de Quisamo y Seleno
† Ambrosio de Corea
† Máximo de Selibria
† Anfiloquio de Andrinópolis
† Calixto de Dioclea
† Antonio de Hierápolis, jefe de los ortodoxos ucranianos en los Estados Unidos de América
† Job de Telmeso
† Juan de Cariópolis, jefe del Exarcado patriarcal de las parroquias ortodoxas de tradición rusa en Europa occidental
† Gregorio de Nisa, jefe de los ortodoxos carpato-rutenos en los Estados Unidos de América
Delegación del Patriarcado de Alejandría
† Gabriel de la sede mayor de Leontópolis
† Macario de Nairobi
† Jonás de Kampala
† Serafín de Zimbabue y Angola
† Alejandro de Nigeria
† Teofilacto de Trípoli
† Sergio del Cabo de Buena Esperanza
† Atanasio de Cirene
† Alejo de Cartago
† Jerónimo de Muanza
† Jorge de Guinea
† Nicolás de Hermópolis
† Demetrio de Irenópolis
† Damasceno de Johannesburgo y Pretoria
† Narciso de Accra
† Emanuel de Tolemaida
† Gregorio del Camerún
† Nicodemo, Metropolita de Menfis
† Melecio de Katanga
† Pantaleón de Brazzaville y del Gabón
† Inocencio de Burundi y de Ruanda
† Crisóstomo de Mozambique
† Neófito de Nieri y Kenia
Delegación del Patriarcado de Jerusalén
† Benito de Filadelfia
† Aristarco de Constantina
† Teofilacto del Jordán
† Nectario de Antidona
† Filomeno de Pella
Delegación de la Iglesia de Serbia
† Juan de Ohrid y Skopie
† Anfiloquio de Montenegro y del Litoral
† Porfirio de Zagreb y de Liubliana
† Basilio de Sirmio
† Luciano de Budimlje-Nikšić
† Longino de Nueva Gračanica
† Ireneo de Bačka
† Crisóstomo de Zvornik-Tuzla
† Justino de Žiča
† Pacomio de Vranje
† Juan de Šumadija
† Ignacio de Braničevo
† Focio de Dalmacia
† Atanasio de Bihać-Petrovac
† Joanicio de Budimlje-Nikšić
† Gregorio de Hum-Herzegovina y del litoral
† Milutino de Valjevo
† Máximo en América occidental
† Ireneo en Australia y Nueva Zelanda
† David de Kruševac
† Juan de Pakrac y Eslavonia
† Andrés en Austria y Suiza
† Sergio en Fráncfort y Alemania
† Hilarión del Timok
Delegación de la Iglesia de Rumanía
† Teófano de Iași, Moldavia y Bucovina
† Lorenzo de Sibiu y Transilvania
† Andrés de Vad, Feleac, Cluj, Alba Julia, Crişana y Maramureş
† Ireneo de Craiova y Oltenia
† Juan de Timişoara y del Banato
† José en Europa occidental y meridional
† Serafín en Alemania y Europa central
† Nifón de Târgovişte
† Ireneo de Alba Julia
† Joaquín de Roman y Bacau
† Casiano del Bajo Danubio
† Timoteo de Arad
† Nicolás en América
† Sofronio de Oradea
† Nicodemo de Strehaia y Severin
† Besarión de Tulcea
† Petronio de Salaj
† Silvano en Hungría
† Silvano en Italia
† Timoteo en España y Portugal
† Macario en Europa del norte
† Barlaán de Ploesti, auxiliar del Patriarcado
† Emiliano de Łovistea, auxiliar del arzobispado de Râmnic
† Juan Casiano Vikin, auxiliar del arzobispado en América
Delegación de la Iglesia de Chipre
† Jorge de Pafos
† Crisóstomo de Quitión
† Crisóstomo de Cirenia
† Atanasio de Lemeso
† Neófito de Morfo
† Basilio de Constancia-Famagusta
† Nicéforo de Cico y Tileria
† Isaías de Tamaso y Orinia
† Bernabé de Tremitunte y Leucara
† Cristóbal de Carpasia
† Nectario de Arsinoe
† Nicolás de Amatunte
† Epifanio de Ledra
† Leoncio de Quitres
† Porfirio de Neápolis
† Gregorio de Mesorea
Delegación de la Iglesia de Grecia
† Procopio de Filipo, Neápolis y Taso
† Crisóstomo de Peristerion
† Germán de Elida
† Alejandro de Mantinea y Cinuria
† Ignacio de Arta
† Damasceno de Didimotico, Orestias y Sufli
† Alejo de Nicea
† Hieroteo de Lepanto y San Blas
† Eusebio de Samos e Icaria
† Serafín de Castoria
† Ignacio de Demetrias y Calmiro
† Nicodemo de Casandria
† Efrén de Hidra, Espetses y Egina
† Teólogo de Serres y Nigrita
† Macario de Sederocastro
† Antimo de Alejandrópolis
† Bernabé de Neápolis y Estaurópolis
† Crisóstomo de Mesenia
† Atenágoras de Helio, Acarnes y Petrópolis
† Juan de Langada, Litis y Rentina
† Gabriel de Nueva-Jonia y Filadelfia
† Crisóstomo de Nicópolis y Preveza
† Teocleto de Hieriso, monte Atos y Ardamerion
Delegación de la Iglesia de Polonia
† Simón de Łodz y Pozńan
† Abel de Lublin y Cheł
† Santiago de Białstok y Gdańsk
† Jorge de Siemiatycze
† Paísio de Gorlice
Delegación de la Iglesia de Albania
† Juan de Korçë
† Demetrio de Argirocastro
† Nicolás de Apolonia y Fier
† Antonio de Elbasan
† Natanael de Amandia
† Asti de Bylis
Delegación de la Iglesia de las Tierras Checas y de Eslovaquia
† Miguel de Praga
† Isaías de Sumperk
† Jeremías de Suiza, jefe del Secretariado panortodoxo del Santo y Gran Concilio